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Historia de la edición del Libro MOTO de Alberto García-Alix por Frédérique Bangerter

La trayectoria fotográfica de Alberto García-Alix va ligada a su vida, y ésta, a la moto. La idea de realizar un libro que recogiese casi tres décadas fotografiando motos rondaba la cabeza de Alberto desde hace ya bastante tiempo.

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Ser independientes, con el fin de editar con toda libertad, es el pilar fundamental de la editorial Cabeza de Chorlito. El libro MOTO está impregnado de esta filosofía. No está pensado como una antología, sino más bien como un libro de autor. En este sentido, el concepto del libro se divide en dos partes. Una más biográfica, en la que el espectador puede seguir a García-Alix, a través de los años, con su compañera más longeva: la moto. Y la segunda parte donde se muestra una visión del artista totalmente distinta. Aquí el enfoque fotográfico es más plástico y abstracto. Es un conjunto de fotografías, inédito y realizado a lo largo de los tres últimos años, donde Alberto se adentra en el imaginario y la metáfora de la moto.

El trabajo para la elaboración del libro se inició con la selección y revisión de todo su archivo fotográfico. Han pasado más de dos décadas desde que Alberto editara en 1993 el libro Bikers –en él se incluía una selección de las fotografías de motos que había realizado hasta ese momento–. El material generado desde entonces por el fotógrafo es enorme. Al igual que la evolución de su fotografía. De ahí, la necesidad de revisar desde cero el trabajo del artista. Esta parte fue, a la vez, apasionante y abrumadora, dada la cantidad de material disponible.

El diseño del libro se gestó con Pierre Hourquet y Anna Planas de la empresa parisina Temple. Teníamos claras las primeras pinceladas del diseño: formato grande; y color negro. Partiendo de esta base, nuestra meta era hacer dos libros en uno, cada uno que fuera único, distinto. Siendo la moto, la temática de unión entre ambos.

Pierre y Anna viajaron a Madrid, desde París, para trabajar junto con Alberto, Nicolás Combarro y conmigo. El lenguaje de esos días: una mezcla extraña de español y francés; fotocopias esparcidas por el suelo; fotos que se descartaban y que más tarde se volvían a recolocar… El libro comenzó a dibujarse.

Siempre me divierte ver cómo cada uno tiene sus fotos fetiches y las defiende a muerte. Alberto suele mirar callado el movimiento que se crea a su alrededor hasta que, en un momento determinado, se despierta y lo descoloca todo. Él tiene sus propios tiempos. No suelen coincidir con los míos, ni con los del resto del equipo. Es una dinámica de trabajo a contra tiempo, como un baile a dos velocidades.

En mi caso, trato de ordenar y organizar hasta que él llega con su don de desordenarlo todo, buscando más dinamismo y dramatismo. Él tiene en la cabeza casi todas sus fotos. De golpe me suele decir: “aquí encajaría muy bien la foto de… del año…”. Yo me he mirado todo el archivo y no la recuerdo. Pero la foto existe, es la que él tiene en la memoria, y sí, encaja a la perfección.

Sobre la estructura del libro, la primera parte es más narrativa. Hay fotografías que van desde finales de los 70 hasta primeros del 2000. Está labrado a través de pequeñas historias que se enfilan una tras otra, cronológicamente, enmarcadas en negro.

 

Para la fotomecánica contamos con Víctor Garrido y Gonzalo Hernández de la empresa La Troupe. Miramos infinidad de libros, tocamos numerosos tipos de papel, discutimos los pros y los contras de cada uno, hasta que finalmente nos decantamos por un tipo de papel offset que aporta al libro aire de archivo.

A mi juicio, la elección de los papeles es uno de los momentos más cruciales. Se define una parte muy importante de la personalidad del libro. Una obsesión: que las fotos no queden apagadas. El papel que escogimos era muy delicado. Para poder mantener los negros sin perder los grises y blancos hay que ser equilibrista de curvas… Fue una apuesta acertadamente arriesgada que costó algunos dolores de cabeza y subidas de adrenalina. Un libro es un engranaje, todos los pasos son cruciales. Si el trabajo de la fotomecánica no es de calidad, el diseño y el contenido no pueden tomar amplitud y reflejarse en todo su apogeo. Lo mismo ocurre con el resto de etapas de la confección del libro: corrección de texto, traducción, impresión, encuadernación… Equivocarse en un libro no es cosa difícil…

El segundo bloque se centró sobre el “grafismo” de las imágenes. El impacto de cada una de ellas. Aquí no nos guiamos por el orden cronológico, sino por el visual, por cómo dialogaban las imágenes entre ellas, cómo respiraban. Hay fotografías que necesitaban ocupar todo el espacio y otras que se complementan. Y al cambiar de concepto, cambiamos de papel. Para esta segunda parte elegimos un estucado brillante, liso de tacto, que resaltaba el metal de las motos y los negros de las sombras. En el medio, un cuaderno, con un texto escrito por Alberto que cuenta su vida con la moto como heroína. Algunas personas se sorprenden al no encontrar alusión en todo el relato a la fotografía. Este cuaderno tiene una dimensión menor que el resto del libro, para enfrentar los dos papeles de textura distinta y poder así, apreciar mejor el cambio.

La portada es otra de las decisiones cruciales. No sé cuantas hemos barajado para, finalmente, dar una vuelta y volver a la idea inicial: negro y sin distracciones. Solo una palabra “MOTO” en stamping brillo; y en la contraportada: “Alberto García-Alix”. No poner el nombre del artista en la portada ha sido una de las licencias que nos podemos permitir al ser nosotros mismos editores del libro. Esto habría sido impensable en una editorial ajena, por ser el nombre un reclamo para los lectores.

“MOTO” es un libro de una edición reducida, muy cuidado, sin florituras y directo, donde Alberto García-Alix se ha concedido la libertad de publicar algo diferente.

Frédérique Bangerter

Impresión: Palermo

Colaboradores: Pelonio, MUSAC

Extracto texto “Moto” Alberto García-Alix

La moto ha sido siempre el mayor estimulante de mis neuronas. Desencadena en ellas corrientes de felicidad. Ansias de vivir y de moverme, de sentir el sol jugando con mi sombra sobre las ruedas. El éxtasis de seguir rodando. Dando guerra. Dándole al mango, en argot motero…

Voy perdiendo reflejos y velocidad, pero no cabeza. Ésta sigue cuerda. Es decir, igual de loca y chalada —como el primer día— por la moto. Aún más, hoy, con los años, puedo verlas iluminadas en su metáfora. Soñarlas libres y conducirlas sobre un imaginario visual de viento. Una rapsodia de emoción eterna flota en el aire. Velocidad. Libertad. Creación. Fantasía… ¡Alma de circo!

Dos ruedas locas abrazadas a un cuerpo de insecto. Coleóptero de metal montado por una sombra en uniforme de cuero. Irreverente presencia de naturaleza hostil. Lista para salir rugiendo bajo la estrella de la fortuna… Carrera a veintidós vueltas. Ricino y gasolina iluminando altares y reliquias… Las manos embalsamadas de Mike Hailwood. El corazón de Agostini. Los latidos de Jack Findlay. El sufrimiento de Víctor Palomo. La ambición de Lorenzo…

Emoción a lágrimas. Vapores de épica. Cenizas… Los huesos del centauro moderno. Aventureros. Forajidos. Solitarios. Locos, cabalgando la máquina, subiendo marchas, acelerando… ¡Alegría!… Un sin fin apresado al aire. El bramar de los motores… Su expresionismo feroz. El latir de un imaginario visual alrededor de la moto… ¡Gass!…

ALBERTO GARCÍA-ALIX